Eternidad de las ciudades habitables

26 06 2007

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El Gran Khan posee un atlas cuyos dibujos figuran el orbe terráqueo todo entero y continente por continente, los confines de los reinos más lejanos, las rutas de los navíos, los contornos de las costas, los mapas de las metrópolis más ilustres y de los puertos más opulentos. Hojea los mapas bajo los ojos de Marco Polo para poner a prueba su saber. El viajero reconoce Constantinopla en la ciudad que corona desde tres orillas un largo estrecho, un golfo delgado y un mar cerrado; recuerda que Jerusalén sobre dos colinas está asentada, de impar altura, y frente a frente; no vacila en señalar Samarcanda y sus jardines. Para otras ciudades recurre a descripciones transmitidas de boca en boca, o se lanza a adivinar basándose en escasos indicios: así Granada, irisada perla de los Califas, Lübeck, atildado puerto boreal, Tombuctú negro de ébano y blanco de marfil, París donde millones de hombres vuelven a casa todos los días empuñando una barra de pan. En miniaturas coloreadas el atlas representa lugares habitados de forma insólita: un oasis escondido en un pliegue del desierto del cual asoman sólo la cimas de las palmeras es de seguro Nefta; un castillo entre las arenas movedizas y las vacas que pacen en prados salados por la marea no puede dejar de recordar el Mont-Saint-Michel; y no puede ser sino Urbino un palacio que más que surgir entre las murallas de una ciudad contiene una ciudad entre sus murallas. El atlas representa también ciudades de las que ni Marco ni los geógrafos saben si existen o dónde está, pero que no podían faltar entre las formas de las ciudades posibles: una Cuzco de planta irradiada y multidividida que refleja el orden perfecto de los cambio, una México verdeante sobre el lago dominado por el palacio de Moctezuma, una Novgorod de cúpulas bulbosas, una Lhasa que levanta blancos techos sobre el techo nublado del mundo. Aún para ellas dice Marco un nombre, no importa cuál, y bosqueja un itinerario para llegar. Se sabe que los nombres de los lugares cambian tantas veces como lenguas forasteras hay; y que a cada lugar, quien cabalga, viaja en carreta, rema, vuela puede llegar desde otros lugares por los caminos y las rutas más diversos. –Me parece que reconoces mejor las ciudades en el atlas que cuando las visitas en persona, dice a Marco el emperador cerrando el libro de golpe.  Y Polo: –Viajando uno se da cuenta de que las diferencias se pierden: cada ciudad se va pareciendo a todas las ciudades, los lugares intercambian forman orden distancias, un polvillo informe invade los continentes. Tu atlas guarda intactas las diferencias: ese surtido de cualidades que son como las letras del nombre.


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Un comentario

8 12 2011
nicolas

la voi a dibujar 😀

esta muy buena xD

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